(CX36 Radio Centenario).- Escribe: José Antonio Vera, desde Asunción, Paraguay
La elección del nuevo Presidente de la República y de los gobernadores
de los 17 departamentos que dividen Paraguay, prevista para el 22 de
abril, enfrenta a Mario Abdo Benítez, postulante por el gobernante
Partido Colorado, al liberal Efraín Alegre, ambos teóricamente
parecidos pero notablemente diferenciados en la designación de los
candidatos a vice, cargo que últimamente concita especial interés, tras
adquirir patente traidora en el 2012 en este mismo país, en Brasil
2016, y recientemente en Ecuador.
Cuatro millones 260 mil 816 paraguayos están habilitados, de
una población total que oscila en los siete millones. Más de la mitad,
54 por ciento, tienen entre 18 y 39 años de edad y, entre ellos, 895
mil tienen entre 18 y 24 años, que representa más de un quinto del
padrón y es la franja más numerosa. Se registra más de 400 mil no
afiliados a ningún partido en pugna, lo cual podría favorecer al frente
opositor.
Es costumbre que ambos partidos mayoritarios participen siempre
con “listas sábanas”, es decir, personas casi inamovibles en los
cargos electivos, lo cual ha generado toda clase de impudicia y abusos,
ahogando cualquier amago de renovación del parlamento, las
gobernaciones y los municipios. En cambio, algún cambio surge, en esta
elección de abril destaca la decisión de muchos ciudadanos por votar
cruzado. El elector puede apoyar al presidenciable pero volcarse a
opositores en ambas cámaras, en particular la baja.
Ello puede constituir una novedad en beneficio de los sectores
independientes que, aunque absolutamente dispersos, presentan medio
centenar de candidatos a diputados con la plausible intención de
renovar el parlamento, es clara expresión de la ausencia de
creatividad, innovación y propuestas. Están alistadas figuras
resentidas y revanchistas por haber sido desplazadas de las listas
colorada y liberal, a las que se suman los seducidos por los diez mil
dólares mensuales de salario y demás regalías.
La Constitución Nacional vigente de 1992, otorga un poder
inusitado al parlamento que, en manos de aventureros y especuladores,
que componen el grueso actual de curules, un coto cerrado enemigo de
todo progreso social que, entre 2008 al 12, fue decisivo para frenar
las propuestas de reforma agraria y otras medidas sociales del Gobierno
de Fernando Lugo, hasta que le aportó el mazazo final con su
destitución en un montaje relámpago de juicio político, diseñado en la
Casa Blanca y apuntalado por los consorcios transnacionales
extractivistas, 14 meses antes de finalizar su mandato al frente de una
administración bien acreditada entre el pobrerío, que suma el 40 por
ciento de la población.
Lugo, hoy Presidente del Senado, y lejos de ser de izquierda,
como lo reitera, al frente del Ejecutivo prosiguió su actitud solidaria
con los sectores humildes, como lo había hecho en su papel de Obispo
en las regiones más marginadas del país, postura que prosiguió,
otorgando especial atención a los servicios sociales, en particular la
salud, méritos muy recordados por el pueblo que lo mantiene como el
personaje político con mayor llegada en el ámbito nacional, por encima
de groseros errores tácticos que continúa cometiendo.
Entre los ocho puntos que presenta la Alianza GANAR, como
plataforma de gobierno, destaca justamente en segundo lugar la salud
pública, rubro absoluta y cruelmente desatendido por Cartes, que fuerza
a miles de paraguayos atenderse en Argentina. El primer punto de la
plataforma de enunciados, que son ventilados con usual voluntarismo y
sin detalles de su aplicación, es “El Paraguay con justicia para todos y
sin corrupción”, con reforma total del Poder Judicial, Corte Suprema y
Juzgados menores, de la Fiscalía y del Tribunal Superior de Justicia
Electoral, que incluya en sus padrones a todos los connacionales
emigrados y a sus descendientes.
El tercer punto del programa trata de la “Efectiva equidad
tributaria”, con aplicación inmediata de impuestos a la exportación
de soja en estado natural (exenta hasta ahora) y al tabaco. El cuarto
es una “Real soberanía hidroeléctrica en las binaciones de Itaipú y
Yacyretá”, con proyección de integración latinoamericana, el quinto
impedir toda medida de privatización de las empresas públicas, el sexto
“Auténtica reforma agraria”, aspiración rezagada como siempre, el
séptimo “Pueblos Indígenas y medio ambiente”, y el octavo habla de
“Innovación”, promoviendo procesos de cambios con participación
juvenil.
Un detalle poco abordado hasta ahora por los medios, pero que
merita atención es el claro antagonismo individual que caracteriza a
los dos candidatos a la Vicepresidencia. Leo Rubín, locutor y cineasta,
es un lujo para la Alianza GANAR, integrada por liberales, el Frente
Guasú y varios emblemas pequeños. Ambientalista, indigenista,
comprometido con las luchas campesinas, sindicales, de la juventud y
las mujeres, Rubín sobresale en las apariciones públicas de la dupla
opositora, con un discurso innovador, divorciado del viejo relato de
los jerarcas de ambos partidos.
En cambio, Hugo Velázquez, extitular de Diputados, donde se
distinguió por sus posturas retrógradas, está ausente en medio de la
agitada y muy costosa campaña entre los aparatos, a tal punto que
muchos paraguayos preguntan a la prensa cómo se llama el acompañante
colorado. Ni siquiera participa de la cansina oratoria que aburre mucho
y cada día tiene menos audiencia, en una población distanciada de la
política, preocupada por resolver lo cotidiano. Un hombre de silencios,
cuya agenda registra viajes periódicos de formación en Estados Unidos y
conocidos vínculos con personajes de la narcopolítica.
Cualquier observador de los vaivenes de la historia, tiene
ocasión en estos primeros días de marzo, de constatar la abismal
diferencia que existe entre los actuales actores sociales, (y no sólo en
Paraguay, por supuesto), con las personalidades descollantes que
registran los tiempos políticos latinoamericanos. El primero recuerda
el martirologio del Mariscal Francisco Solano López, y su grito “Muero
por la Patria”, al caer vencido en 1870 por la alianza militar de
Brasil, Argentina y Uruguay, genocidio financiado por el imperio
inglés.
Discutido, como toda persona que ha descollado en la historia,
López continúa siendo poco conocido en su grandiosa gesta
político-militar, y lo más que destacan las crónicas sesgadas es su
soberbia e intransigencia, obviando que había formado el mejor ejército
de la región, con 50 mil hombres y miles de mujeres con fervor
patriótico, que enfrentaban a los invasores con botellas rotas. En un
viaje a París, para comprar armas, López plantó un sauce llorón sobre
la tumba del poeta romántico Alfred de Musset y conquistó a la joven
irlandesa Alicia Lynch, quien pasó de la seducción al horror, al verse
obligada a enterrar a su enamorado y a su hijo mayor, en las costas del
Cerro Aquidaban, Cerro Corá.
La herencia legada por esa talla de hombres, es traicionada
todos los días por los actuales actores de la política paraguaya. El
padre del Mariscal, Carlos Antonio López, presidió el país desde 1840
hasta 1860, tras la muerte del Padre de la Patria, José Gaspar
Rodríguez de Francia, cabezas de la única nación sudamericana que
disfrutó medio siglo de soberanía e independencia. El prócer José
Gervasio Artigas, murió en la casa quinta del Presidente López, donde
vivió como huésped de honor entre 1845/50, oficiando, según algunos
historiadores, de asesor político y de instructor de sus hijos.
En la antípoda, el hasta ahora favorito para ceñirse la banda
presidencial en agosto próximo y, por burla de la historia, pasaría a
ocupar “el salón de los López” Mario Abdo Benítez, apuntalado en el
impune como vetusto aparato del Partido Colorado y de una rémora
ideológica fascista, reivindica la figura del tirano General Alfredo
Stroessner, un monstruo que sometió el país durante 35 años de
totalitarismo, integrando la Operación Cóndor, abrazado a los sátrapas
de la época y de hoy, Pinochet, Videla, Banzer, Alvarez.
Si la ciudadanía paraguaya deja hacer, y permite el continuismo
colorado, algo explicable porque tampoco tiene una alternativa
alentadora, podríamos estar parados, inmóviles, en la antesala de la
instalación de una suerte de dinastía estronista, una semicolonia
sometida por la geopolítica imperial, que faculta la narcopolítica, el
contrabando y el espionaje regional, se aventuran a opinar algunas
personas que conocen en detalle los entretelones pestilentes y
depravados del Estado paraguayo y sus adyacencias.
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