Ainara LERTXUNDI
La incorporación de la guerrillera holandesa Alexandra Nariño a la
mesa de diálogo entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano generó un
revuelo entre los medios que se desplazaron a Oslo a mediados de
octubre. Discrepancias de última hora impidieron su presencia en la
capital noruega, uniéndose días después al resto de delegados de la
guerrilla en La Habana.
Sobre ella se han escrito libros y reportajes de todo tipo. Su nombre de pila, Tanja Nijmeijer, tiene cerca de 496.000 entradas en internet. Alexandra Nariño, el nombre que adoptó al entrar en la guerrilla, se reafirma en sus convicciones y resalta los valores que le ha aportado estar en contacto con «la miseria que vive el pueblo colombiano». Ha sido testigo de la muerte de Jorge Briceño o Mono Jojoy en un bombardeo y de otros ataques aéreos del Ejército. Desde la capital cubana, relata a GARA su experiencia, haciendo hincapié en la apuesta de las FARC por «la paz y por un país más equitativo».
A nivel personal, mi militancia me ha ayudado a comprender mucho mejor a las personas. Todavía soy crítica pero no juzgo tan rápido como lo hacía antes. Aprendí a trabajar en colectivo, pues antes creía que las tareas salían mejor si las hacía sola, ahora entiendo que no hay nada mejor que el trabajo colectivo, así no sea lo que yo tenía en mente. Aprendí a compartir, también en situaciones de escasez. Honestamente, antes me dolía por dentro tener que compartir cualquier cosa. Ahora recibo algo e instintivamente empiezo a pensar quién necesita, a quién le puedo alegrar la vida con un detalle.
Otro recuerdo: unos hombres buscando comida en mi basura una mañana cuando estaba esperando la ruta escolar. Sentí vergüenza, esta vez no ajena. Esos días fueron de una constante curiosidad, observar ese nuevo mundo que me rodeaba, me sentía incapaz de resignarme a esa realidad. La guerrilla es la respuesta del pueblo a esa realidad, no solo de pobreza, sino también de terrorismo de Estado, que estaba todavía por descubrir. De exclusión política. La pobreza es solo el síntoma más palpable de ese Estado de exclusión de las mayorías y para mí, fue el puente que me llevó a investigar más a fondo las cosas.
Apenas conociendo algunos aspectos de la sociedad colombiana, la existencia de una guerrilla se me hizo completamente natural. Y al mismo tiempo un ejemplo de no resignación, de combatividad. Y sentí también como natural mi ingreso a la selva, como consecuencia del proceso que había vivido, no lo sentí como una decisión radical, sino lógica.
Me identifiqué con esta causa, y eso fue suficiente. Como tal asumí mi nueva vida, como algo natural, que no equivale a decir que fue algo fácil, tuve mis dificultades de adaptación, físicas, lingüísticas, culturales, de todo tipo. Me desesperaba el sonido de los grillos, que se vuelve más fuerte sobre las 16.05 de la tarde (ahora me hace falta). No conocía el machete, ni mucho menos sabía manejarlo (ahora me hace falta). Muchos obstáculos que sobrepasar. Pero aquí estoy.
Tengo que decir que también hay otro lado de la medalla, hay gente que, motivada por mi ingreso, empezó a ver la importancia del internacionalismo y la lucha contra el gran capital, y eso obviamente me llena de satisfacción.
Yo creo que la voluntad existe, escuchando diversas declaraciones que altos funcionarios de ese país han dado en apoyo a la paz de Colombia, pero lo complicado es que el Gobierno colombiano, que fue el que lo extraditó inventándose pruebas falsas, no conceda siquiera la gracia de una simple solicitud al Gobierno esta- dounidense en el sentido de que analicen el caso, que entre otras cosas comporta una condena por asuntos diferentes a los que se argumentaron para extraditarlo.
Nosotros pensamos que esa libre entrada de los inversionistas tiene que ser controlada, que primero está la soberanía del país, la soberanía alimentaria y el bienestar de su gente. Esa concentración y despojo de la tierra hace que el campesino viva en un estado de total abandono, no tiene salud, carreteras por donde sacar sus productos, viviendas en estado deplorable, hay mucho analfabetismo. Y en su gran mayoría son ellos los que llegan a las filas de la insurgencia. El contacto nuestro con las comunidades es muy estrecho, debido a que son sus hijos, sus hermanos y hermanas quienes están en la guerrilla. La guerrilla va, habla con la población, hace que ella misma se organice, y ellos nos llegan con sus problemas, preocupaciones y conflictos.
A mí me ha tocado construir puentes con la población, se hacen todo tipo de trabajos en conjunto. Me acuerdo que una vez estábamos en una casita haciendo dos olladas grandes de sopa cuando el Ejército nos sorprendió y nos tocó salir. A las 9 de la noche llegamos cansados a un sitio. Nos acostamos hambrientos porque no habíamos comido y estábamos seguros de que no íbamos a comer hasta el día siguiente. Cuando a las 10.30 de la noche nos despertaron los compañeros de la casita, quienes habían venido con una mula a traernos la sopa. ¡Orgullosos porque nos habían encontrado y el Ejército no! Son experiencias muy bonitas que se viven con la población.
Sobre ella se han escrito libros y reportajes de todo tipo. Su nombre de pila, Tanja Nijmeijer, tiene cerca de 496.000 entradas en internet. Alexandra Nariño, el nombre que adoptó al entrar en la guerrilla, se reafirma en sus convicciones y resalta los valores que le ha aportado estar en contacto con «la miseria que vive el pueblo colombiano». Ha sido testigo de la muerte de Jorge Briceño o Mono Jojoy en un bombardeo y de otros ataques aéreos del Ejército. Desde la capital cubana, relata a GARA su experiencia, haciendo hincapié en la apuesta de las FARC por «la paz y por un país más equitativo».
¿Qué le ha aportado la guerrilla a nivel ideológico y personal?
A nivel ideológico, el materialismo dialéctico e histórico me ha
abierto los ojos, en el sentido de que me ha hecho entender por qué el
mundo está como está; uno aprende a ver la realidad desde el punto de
vista de la lucha de clases, para así entender los procesos históricos.
Pienso que -sin ser consciente de ello- yo tenía una mentalidad
eurocentrista, tomando como punto de partida siempre la socialdemocracia
europea. Ahora he cambiado esa visión; creo que todos los pueblos del
mundo buscan sus propias formas de ejercer la democracia y la
soberanía. En eso no puede haber lineamientos estrechos, limitaciones,
ni imposiciones. Y aunque hay voces que dicen que me lavaron el
cerebro, yo afirmo que he tenido la fortuna de ponerme en contacto con
nuevas visiones del mundo, sobre todo aprender a mirar desde los
escenarios donde abunda la miseria, las necesidades de la gente que
padece hambre, falta de techo..., por ejemplo, y me he hecho a
herramientas importantes que me permiten a mí misma buscar las
respuestas a las miles de preguntas que volaban en mi cabeza.A nivel personal, mi militancia me ha ayudado a comprender mucho mejor a las personas. Todavía soy crítica pero no juzgo tan rápido como lo hacía antes. Aprendí a trabajar en colectivo, pues antes creía que las tareas salían mejor si las hacía sola, ahora entiendo que no hay nada mejor que el trabajo colectivo, así no sea lo que yo tenía en mente. Aprendí a compartir, también en situaciones de escasez. Honestamente, antes me dolía por dentro tener que compartir cualquier cosa. Ahora recibo algo e instintivamente empiezo a pensar quién necesita, a quién le puedo alegrar la vida con un detalle.
¿Cuál fue su primera impresión al llegar a Colombia?¿Cómo fueron sus comienzos en la selva?
Lo primero que me impactó fue la pobreza. Recuerdo, cuando estaba
haciendo la ruta escolar con los niños del colegio donde trabajaba
-niños sin otras preocupaciones que sus notas o qué ropa ponerse- vimos
una familia completa de indígenas descalzos caminando por la calle;
desplazados. Los niños se burlaban y gritaban: «¡Nosotros tenemos plata y
ustedes no!». Sentí vergüenza ajena.Otro recuerdo: unos hombres buscando comida en mi basura una mañana cuando estaba esperando la ruta escolar. Sentí vergüenza, esta vez no ajena. Esos días fueron de una constante curiosidad, observar ese nuevo mundo que me rodeaba, me sentía incapaz de resignarme a esa realidad. La guerrilla es la respuesta del pueblo a esa realidad, no solo de pobreza, sino también de terrorismo de Estado, que estaba todavía por descubrir. De exclusión política. La pobreza es solo el síntoma más palpable de ese Estado de exclusión de las mayorías y para mí, fue el puente que me llevó a investigar más a fondo las cosas.
Apenas conociendo algunos aspectos de la sociedad colombiana, la existencia de una guerrilla se me hizo completamente natural. Y al mismo tiempo un ejemplo de no resignación, de combatividad. Y sentí también como natural mi ingreso a la selva, como consecuencia del proceso que había vivido, no lo sentí como una decisión radical, sino lógica.
Me identifiqué con esta causa, y eso fue suficiente. Como tal asumí mi nueva vida, como algo natural, que no equivale a decir que fue algo fácil, tuve mis dificultades de adaptación, físicas, lingüísticas, culturales, de todo tipo. Me desesperaba el sonido de los grillos, que se vuelve más fuerte sobre las 16.05 de la tarde (ahora me hace falta). No conocía el machete, ni mucho menos sabía manejarlo (ahora me hace falta). Muchos obstáculos que sobrepasar. Pero aquí estoy.
¿Cómo es la vida en la guerrilla?
La vida es impredecible, por la misma dinámica de la guerra. Hoy
estás aquí, mañana allá. Somos móviles, cargamos nuestra casa a la
espalda como los caracoles. No nos apegamos a las cosas materiales. Por
la misma dureza de la guerra, los guerrilleros no nos dejamos
achicopalar por nada, en los campamentos hay un ambiente de alegría y
camaradería. Trabajamos hasta las 15.00, luego nos bañamos y tenemos la
hora cultural, con canto, poesía, lectura de documentos, y discusión
sobre las noticias o documentos. Por la tarde, hay relación militar,
donde se ventilan los problemas habidos en las últimas 24 horas. Y, una
vez a la semana, reunión de partido, donde hay educación, análisis
político, críticas y autocríticas. Las tareas son muy diversas:
organización de masas, educación, alfabetización, cocinar, pagar
guardia, pelear, hacer inteligencia, transportar alimentos, cargar leña y
muchas cosas más. Nunca es monótona: hoy estás en una emboscada,
mañana en entrenamiento político-militar y pasado mañana ranchando.
En estos diez años, ha sido testigo de los bombardeos del Ejército. ¿Cómo los describiría?
Estuve en el bombardeo donde asesinaron al camarada Jorge Briceño, y
antes también había estado en otros bombardeos. Es difícil
describirlos, lo único que puedo decir es que es una forma de atacar
tan cobarde, que sales con una fuerza renovada para combatir el
terrorismo de Estado. Es en esos momentos que realmente cobra sentido
esa palabra: terrorismo de Estado; cuando tú te das cuenta de que ese
Estado está dispuesto a hacer cualquier cosa para asesinar a sus
propios ciudadanos, quienes simplemente tienen otras ideas sobre
política, economía o democracia. Póngase a imaginar lo contrario, si la
guerrilla tuviera aviones y bombardeara a la fuerza pública
masivamente, por la noche cuando están durmiendo: ¿Qué diría el mundo?
¿Diría también que esas bombas de 500 kilos son «armas convencionales»?
Pienso que todos los organismos de derechos humanos nos caerían
encima, denunciando semejante crimen de guerra.
La también delegada de las
FARC Sandra Ramírez ha denunciado «el menosprecio por las mujeres» por
parte del enemigo, al que acusa de torturas e, incluso, mutilaciones.
¿Qué papel desempeña la mujer en la guerra? ¿Y dentro de la guerrilla?
Hay muchísimas denuncias de mujeres prisioneras de guerra en manos
del régimen, desde torturas hasta violaciones por parte del Ejército y
de carceleros. Es el mismo machismo tan latente en la sociedad
latinoamericana que en la guerra coge unas formas espantosas y que se
pueden resolver acabando la guerra o regularizándola. En la guerrilla,
hombre y mujer son iguales, cualquier forma de discriminación de la
mujer es fuertemente combatida. Las mujeres que estamos en la guerrilla
tratamos de ser un ejemplo para la mujer colombiana, oprimida de muy
diversas maneras, mostrando en la práctica que las mujeres somos parte
activa en esta lucha, que es la lucha del pueblo en su conjunto, hombres
y mujeres.
Sobre usted se han escribo
varios libros y reportajes de todo tipo. ¿Cómo se ha sentido a lo largo
de estos años siendo el foco de atención, y más ahora?
Como para mí fue un proceso tan natural, al principio me sorprendía
sobremanera el asombro de mucha gente al ver una holandesa en la
guerrilla colombiana. Para mí, francamente esa atención en muchos casos
limita con sensacionalismo, amarillismo, todo el mundo tiene una
opinión sobre mí y sobre las FARC, mucha gente sin siquiera conocer el
conflicto o la situación de miseria que vive el pueblo colombiano. Son
rápidos en juzgar, pero muy perezosos a la hora de estudiar las causas,
las razones del alzamiento en armas del pueblo colombiano. De forma
sumisa adoptan los conceptos doctrinarios «terroristas,
narcotraficantes, secuestradores» sin pensar críticamente.Tengo que decir que también hay otro lado de la medalla, hay gente que, motivada por mi ingreso, empezó a ver la importancia del internacionalismo y la lucha contra el gran capital, y eso obviamente me llena de satisfacción.
El Gobierno colombiano y las
grandes corporaciones mediáticas utilizaron en su contra y en contra de
la guerrilla unos párrafos de un diario suyo incautado durante una
operación del Ejército. ¿Qué aprendió de aquello? ¿Qué huellas le
dejaron?
Mi diario fue un reflejo de todas mis vivencias durante los primeros
años en la guerrilla. Contenía alegrías y tristezas, pensamientos
críticos y ataques de rabia o de mal genio. Sacaron cinco o seis frases y
con eso hicieron una gran manipulación mediática. Como si fuera un
escándalo que acá hay contradicciones, problemas y defectos. ¡Somos
humanos! ¿Por qué en mi diario no hablo de las cosas que tanto se le
imputan a las FARC? ¿Del reclutamiento forzoso de niños, ataques a la
población civil, narcotráfico....? Nadie se ha preguntado eso, y
muestran como un enorme escándalo el hecho de que tengamos defectos. Lo
que aprendí de todo ese episodio, fue que el Estado colombiano no
escatima esfuerzos ni dinero para satanizarnos y que uno tiene que ser
cuidadoso con eso, en el entendido de que la gran prensa que está al
servicio de las transnacionales, respecto a nosotros no tiene intención
de hacer relucir la verdad, sino el formato de tergiversaciones y
desprestigio que se ha creado para combatirnos.
Uno de los cursos que recibió
en la selva fue impartido por Simón Trinidad. Las FARC han pedido al
presidente estadounidense, Barack Obama, que lo indulte. ¿Por qué tanta
insistencia? ¿Albergan esperanzas de que pueda participar en la mesa
tras la negativa de la Casa Blanca a indultarlo?
Insistimos en la participación de Simón Trinidad en la mesa, porque
ha sido y es hombre de paz, con una enorme capacidad política y una
firmeza ideológica que ha sido demostrada durante todos estos años.
Confiamos en que el Gobierno estadounidense, tras tantos años de
aportarle a la guerra en Colombia, con equipos bélicos, asesores y
tecnología punta, planes militares específicos de contrainsurgencia,
recapacite y haga también un aporte muy importante a la paz de este
país.Yo creo que la voluntad existe, escuchando diversas declaraciones que altos funcionarios de ese país han dado en apoyo a la paz de Colombia, pero lo complicado es que el Gobierno colombiano, que fue el que lo extraditó inventándose pruebas falsas, no conceda siquiera la gracia de una simple solicitud al Gobierno esta- dounidense en el sentido de que analicen el caso, que entre otras cosas comporta una condena por asuntos diferentes a los que se argumentaron para extraditarlo.
¿Por qué Bogotá puso trabas a su inclusión a la mesa de diálogo?
Creo que no fueron tanto jurídicas, como dicen, sino políticas. A
ellos, quienes están bajo órdenes directas de Washington, reciben ayuda
militar extranjera, hacen concesiones permanentes al capital
extranjero, les incomoda esta piedrita en el zapato; les da temor que
tal vez mi presencia pueda despertar un sentido crítico en mucha gente,
que tal vez las FARC no sean terroristas como ellos afirman. Por otra
parte, ellos saben que mi presencia es reflejo de la fuerza que en los
movimientos revolucionarios tienen hermosos y profundos conceptos como
internacionalismo y solidaridad.
¿En qué situación se encuentra el campesinado? ¿Cómo es su contacto con las comunidades más afectadas por el conflicto?
Todos coincidimos en señalar el problema de la tierra en Colombia, su
tenencia y uso desigual, su acumulación en muy pocas manos mediante el
despojo violento como causa fundamental del conflicto. El 1,15% de la
población posee el 52% de las tierras, tema que hay que resolver con
urgencia. La concentración y despojo de la tierra ha dejado en el último
cuarto de siglo cerca de 6 millones de hectáreas arrebatadas. Algunos
calculan que pueden ser 8 millones; esa acumulación de tierras sigue su
curso, a través del paramilitarismo desplazan a los campesinos y
despojan las tierras para entregarlas a las grandes empresas
multinacionales, para sacar petróleo, carbón, oro... todas las riquezas
naturales que tiene Colombia.Nosotros pensamos que esa libre entrada de los inversionistas tiene que ser controlada, que primero está la soberanía del país, la soberanía alimentaria y el bienestar de su gente. Esa concentración y despojo de la tierra hace que el campesino viva en un estado de total abandono, no tiene salud, carreteras por donde sacar sus productos, viviendas en estado deplorable, hay mucho analfabetismo. Y en su gran mayoría son ellos los que llegan a las filas de la insurgencia. El contacto nuestro con las comunidades es muy estrecho, debido a que son sus hijos, sus hermanos y hermanas quienes están en la guerrilla. La guerrilla va, habla con la población, hace que ella misma se organice, y ellos nos llegan con sus problemas, preocupaciones y conflictos.
A mí me ha tocado construir puentes con la población, se hacen todo tipo de trabajos en conjunto. Me acuerdo que una vez estábamos en una casita haciendo dos olladas grandes de sopa cuando el Ejército nos sorprendió y nos tocó salir. A las 9 de la noche llegamos cansados a un sitio. Nos acostamos hambrientos porque no habíamos comido y estábamos seguros de que no íbamos a comer hasta el día siguiente. Cuando a las 10.30 de la noche nos despertaron los compañeros de la casita, quienes habían venido con una mula a traernos la sopa. ¡Orgullosos porque nos habían encontrado y el Ejército no! Son experiencias muy bonitas que se viven con la población.
En Oslo, el jefe negociador
del Gobierno, Humberto de la Calle, dijo que son las FARC las que están
en deuda con las víctimas, obviando la pregunta que le hicieron sobre
«el terrorismo de Estado». Por su parte, Iván Márquez ha resaltado que
las FARC desean «la reconciliación de la familia colombiana». ¿Qué pasos
estaría dispuesta a dar la guerrilla en ese sentido?
Nosotros siempre pensamos en las víctimas de esta guerra impuesta por
el Estado. Nuestro alzamiento en armas ha sido una reacción justa,
legítima, contra el terrorismo de estado. Pero también sabemos que la
confrontación ha generado en la contraparte también consecuencias y hay
casos de soldados de los que sus familias no tienen noticia y
seguramente otro tipo de situaciones que hay que analizar. Sobre eso,
las FARC-EP siempre han sido claras en decir que están dispuestas a
contribuir en el esclarecimiento de los casos, de manera directa con los
familiares y no con los que juegan con el dolor ajeno acusándonos de
todo, sin tomar en cuenta por ejemplo que muchos soldados de los que han
caído en combate jamás han sido recogidos del campo de batalla y son
presentados como desaparecidos a sus familiares.
En Oslo, varios colombianos exiliados
comentaron a GARA que «se debe privilegiar una paz estable y duradera
sobre el castigo», mientras que el periodista francés Romèo Langlois
consideró que «la solución pasa por un gran proceso de la verdad». ¿Qué
significan para ustedes términos como castigo y verdad?
Las FARC-EP pensamos que es importante encontrar la verdad, sin
manipulaciones mediáticas, sin la desinformación y el uso de la
propaganda fascista que usan como parte de la guerra contrainsurgente.
En esa búsqueda hay una responsabilidad fundamental, histórica, del
Estado, la cual no se puede seguir escamoteando. Por lo demás, por
siempre nuestras normas internas son claras en no permitir que la
insurgencia se convierta en victimaria de su propio pueblo.
Otro de los puntos de la
agenda pactada en La Habana en agosto con el Gobierno es la
participación política. En la entrevista a GARA, Marco León Calarcá
afirmó que si se resuelven las causas que dieron origen y alimentan el
conflicto, las armas pierden vigencia. ¿Ven cerca ese día? ¿Qué
garantías exigen para que no vuelva a ocurrir lo de la Unión Patriótica?
Poder participar en la política sin ser masacrado por el régimen ha
sido un sueño y una bandera de nuestra lucha desde que la iniciamos. Qué
tan cerca está ese día, depende de la voluntad del Estado colombiano.
En la mesa hay que buscar precisamente cómo se garantiza esa
participación política. Son los asuntos que esperamos se puedan
conversar y solucionar. No tendría sentido luchar 48 años para entregar
los fusiles y luego enfrentarnos -desarmados- al mismo terrorismo de
Estado que ha reinado durante tantos años. Tienen que producirse unos
cambios estructurales, políticos, económicos, sociales de fondo, ya que
realmente la experiencia de la Unión Patriótica ha sido una lección
histórica sobre el carácter criminal y traicionero del Estado. Las FARC
no son una organización bisoña a la que la contraparte pueda llevar a
la rendición o a la entrega de armas y desmovilización con simples
promesas.
El director de la Policía
Nacional de Colombia, José Roberto León Riaño, ha dicho que las FARC
preparan «una oleada terrorista una vez finalice la tregua». ¿Cómo
valoran estas declaraciones?
«Tras de ladrón, bufón», se dice en Colombia. Tras de que el Gobierno
no quiere crear un ambiente de paz, mediante un cese bilateral al
fuego, ni quieren acuerdos para regularizar la guerra para aliviar el
sufrimiento de los colombianos, están quejándose porque «no cumplimos» o
porque estamos preparando «grandes oleadas terroristas». Es difícil
tomar en serio a los que lanzan este tipo de comentarios. En otras
palabras: si no tienen el valor de tomar decisiones de paz, deben de
tener al menos el valor de quedarse callados.
Llevan ya más de un mes dialogando en La Habana. ¿Qué ambiente se respira en la mesa y entre los delegados de ambas partes?
El ambiente es bueno, se respira respeto de ambas partes. Somos dos
partes en conflicto y como tal hay contradicciones y muchos puntos de
vista diferentes, y se trata de buscar soluciones a ellos. Recordemos
que sobre los puntos de la Agenda propiamente no se puede esperar que
existan resultados mejores que los que ya tenemos si tomamos en cuenta
que son muy pocos los días que se han dedicado al estudio del primer
punto referidos a políticas de desarrollo rural integral. Antes
estuvimos muy centrados en resolver aspectos metodológicos y técnicos
que nos servirán de mucho para abordar los temas con mayor fluidez.
¿Cuáles son sus previsiones para este año que empieza?
No quisiera ponerme a «brujear», lo único que puedo hacer es reiterar
la voluntad de paz de las FARC-EP en su conjunto. Sí puedo augurar,
con certeza además, que las FARC volveremos a emprender con mayor
determinación, con optimismo, con mucha esperanza las jornadas de
diálogo del próximo año. De hecho, nosotros estamos estudiando,
elaborando propuestas, intercambiando con la gente puntos de vista para
construir iniciativas que permitan que el proceso avance. Queremos la
paz y queremos un país más equitativo, queremos que se valore y se
respete a las grandes mayorías y su derecho a una vida digna.