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jueves, 11 de julio de 2019

NICOLÁS GUILLÉN EN JULIO

(Granma).- El mes de julio es un legítimo espacio, un polo cardinal para la biografía del poeta de El son entero (1947), si tenemos en cuenta que su ser, físico y espiritual, vino al mundo, en la bella ciudad nombrada en sus famosos versos, como una «comarca de pastores y sombreros», hoy Camagüey. Nace un 10 de julio de 1902 y muere un 16, también de julio, pero de 1989, en La Habana


Entre las múltiples virtudes de la poesía de Nicolás Guillén (Camagüey, 1902–La Habana, 1989), encontramos no solo una excelencia formal que lo ha convertido en un clásico de la lengua española del siglo XX, sino una reveladora variedad de temas en su mayoría volcados sobre personajes, estampas, paisajes y acontecimientos de la historia nacional cubana. Aclamada desde la aparición de los Motivos de son en la página Ideales de una Raza del Diario de la Marina, un 20 de abril de 1930, la obra poética de Guillén alcanzó una temprana celebridad acompañada por un prestigio intelectual ascendente.
El verano, la única estación que reconocía el poeta como la más legítima y extendida de la Isla, fue tema central en sus poemas y en su prosa periodística. Había una devoción suya, como le comentó a varios camagüeyanos amigos desde su primera juventud, hacia el sol, el verano. Siempre recuerdo su verso de 1934 El sol achicharra aquí todas las cosas / desde el cerebro hasta las rosas (West Indies, Ltd., 1934). O su famoso chiste a un reportero francés que en su exilio parisino lo entrevistara para un rotativo local. Cuando le preguntó que cuántas estaciones había en Cuba, Nicolás respondió: «Hasta donde sé, en Cuba hay dos estaciones: la estación de verano y la estación de trenes».
Como habrá podido apreciar el lector, el mes de julio es un legítimo espacio, un polo cardinal para la biografía del poeta de El son entero (1947), si tenemos en cuenta que su ser, físico y espiritual, vino al mundo, en la bella ciudad nombrada en sus famosos versos, como una «comarca de pastores y sombreros», hoy Camagüey. Nace un 10 de julio de 1902 y muere un 16, también de julio, pero de 1989, en La Habana.
Su vida tuvo un esplendor perceptible tanto en su verso y en su prosa, como en el despliegue de una acción al servicio de las mejores, de las más nobles causas del mundo: desde su adhesión a la de la guerra civil española en la tercera década del siglo XX como a la premonitoria y trágica energía de la Generación del Centenario, encabezada por aquel joven abogado cuya personalidad tanto le atrajera desde su exilio parisién en el verano de 1953.
La muerte de su padre es una catástrofe sentimental que se trasmuta en sustancia épica y en sustancia lírica a través de uno de sus libros de mayor trascendencia ética, Cantos para soldados y sones para turistas (1937), escrito quizá como presagio y pórtico a los valores que se jugarían en la guerra civil española.
Federico García Lorca, muerto también por soldados en el umbral de una célebre guerra civil, arrancaría a Guillén una pieza maestra, la Angustia cuarta, alabada por tantos lectores y críticos, entre ellos el argentino Don Ezequiel Martínez Estrada, para quien el tono elegíaco caracterizaba el arte poética de Guillén. En la canción final de este poema van a aparecer elementos que intervendrán en otra obra maestra recogida en El son entero, diez años más tarde. Recordemos:
(Una canción) Salió el domingo, de noche, / salió el domingo, y no vuelve. / Llevaba en la mano un lirio, / llevaba en los ojos fiebre; / el lirio se tornó sangre, / la sangre tornóse muerte. (Angustia cuarta)
Nicolás Guillén, príncipe de la lengua, alienta para siempre en estos versos: Iba yo por un camino, / cuando con la Muerte di. / –¡Amigo! –gritó la Muerte– / pero no le respondí…
Un invariable 16 de julio de 1989, hace ahora, 30 años, partió al largo viaje cuyo camino había preconizado desde 1945, cuando la muerte le ofreciera, mediante un grito, su profunda amistad.  Aunque aclamado por su hallazgo del son para la poesía culta y popular en nuestra lengua, Guillén, paradójicamente, fue un poeta elegíaco así que la muerte perfiló su expresión en los momentos más representativos. Para Nicolás Guillén, el ejercicio de la poesía fue un acto esencialmente vital.  Su verso, claro y sencillo, como bien quería José Martí, sirvió para fustigar la garra del amo –traficante de esclavos o inversionista globalizador–; para despertar la conciencia de los humildes; para denunciar resueltamente las más sutiles o desembozadas manifestaciones del prejuicio racial; en fin, para ser la voz de las más puras aspiraciones de los cubanos.  Que no es solo de Cuba sino de las Antillas y del Caribe, así como del resto de América Latina.  Junto a tales logros, Guillén supo fundar la imagen del alma nacional creando una poética de la que son legítimos pilares el verde y el azul antillanos, la guitarra, la palma, las maderas preciosas del monte, el lagarto, el rosal, la pajarita de papel.