(Por AIM Digital).- Entre todos los nombres que los pueblos de nuestro continente dieron al
territorio donde sus ancestros llegaron hace quizá 40 milenios, un
congreso de sus representantes eligió en Quito en 2004 “Abya yala”
para sustituir a “América”, impuesto por la invasión europea. No es
solo un cambio de designación; es una necesidad, sentida y valorada como
la llegada del día, de revertir los hechos infames a que han sido
sometidos en una noche de cinco siglos, de volver a ser ellos mismos, de
recuperar su ser, su identidad, su dignidad y su vida: seres humanos
como todos y no “indios”.
Abya Yala no es solo un cambio de designación; es una necesidad, sentida y valorada.
Según se mire
Un misionero protestante holandés en África narraba que un grupo de
médicos de la ONU, para arrebatar cuerpos a la enfermedad, visitaron la
aldea donde él trataba de arrebatar almas al diablo.
Pasaron
una película que acababan de tomar en otra aldea para mostrar algunas
condiciones que a los médicos les parecían propicias para favorecer
enfermedades, con el propósito de ilustrar y hablar de prevención.
Cuando terminó la proyección, les preguntaron a los aldeanos qué les
parecía la película, qué habían visto: la respuesta fue: cero, nada en
absoluto.
Las técnicas de corte y montaje, el lenguaje al que
el cine y la tv nos tiene acostumbrados desde los tiempos de asombro de
los hermanos Lumière, para ellos era nuevo y no podían hilvanar una
escena con la siguiente.
Pero todos dijeron que habían visto un
gallito de una especie autóctona levantar vuelo. Eso no lo vieron los
sanitaristas. Rebobinaron y pasaron la película cuadro por cuadro, hasta
que apareció el gallo en un vuelo brevísimo en un ángulo del cuadro.
Es decir, cada cual ve lo que puede, sabe o está condicionado para ver.
“Lo que hay”, o más ambiciosamente “el hombre como es” son expresiones
demasiado ambiciosas.
El problema se suscita cuando alguien
dice que solo lo que él ve existe, vale y merece ser impuesto a todos
mediante la educación, la persuasión, la manipulación o la fuerza. Ese
es el lenguaje del poder, que pretende decidir por sí qué hay y qué es.
Así se han impuesto en nuestro continente la religión del emperador
Constantino, las doctrinas económicas derivadas de la evolución social
europea, los idiomas nacidos de la entraña romana o germana, los modos
de pensar decantados en la Grecia clásica, etc, etc. Y se pretende
todavía calzar acá las soluciones a los problemas pergeñadas allá.
¿Qué es ese ruido?
Después de Hiroshima, los norteamericanos invitaron a un gran director
de orquesta japonés a escuchar música occidental, casi desconocida en el
Japón entonces. Después de la ejecución de la quinta sinfonía de
Beethoven, la respetuosa opinión de japonés fue que lo mejor estuvo al
principio.
No se refería a los cuatro golpes del destino que
inician la gran obra, sino a los ensayos previos de la orquesta, al
momento de la afinación. Esos sonidos eran los únicos que sus oídos
podían identificar como musicales y entender de alguna manera.
Por encima de las grietas
El historiador Juan José Rossi, bonaerense radicado hace mucho en
Entre Ríos, hace ver que en la sociedad internacional o mundial,
existen sistemas contrapuestos, diversos tipos de “grietas”, antinomias
de pensamiento, modos diferentes de estar en el mundo… que nos llevan a
plantearnos ciertas preguntas, ya sea desde la propia realidad mirando a
ese mundo macro, ya desde presupuestos que se quiere o puede imponer a
los demás como superiores, mejores, se trate de individuos, sociedades o
sistemas religiosos, políticos y /o culturales.
Luego Rossi
menciona un artículo del español Abdennur Prado sobre la compatibilidad
del Islam con la modernidad y juzga que su contenido es adecuado “para
pensar y aplicar a nuestra Abya yala (“América” según el invasor y
apropiador europeo a partir del siglo XVI) tratando de buscar y
encontrar nuestra senda”
Modernidad niveladora
Ese
artículo de Prado trata de contestar la pregunta, que oye formular con
frecuencia en España, de si es compatible la modernidad con el Islam.
Prado pone en sus límites la palabra “modernidad”: “Tan moderno es un
aborigen de Australia como un taxista de New York. De hecho, son
contemporáneos. Sin embargo, la pregunta reduce lo moderno a la
modernidad occidental, entendida como paradigma de todo “lo moderno”, la
Modernidad par excellence.
Aquí, lo moderno/occidental se
opone a lo anticuado/no occidental. Si consideramos al aborigen
australiano como no moderno, estamos relegando al aborigen a ser algo
que debe superarse. Lo estamos condenando en vida al ostracismo. Esa es
de hecho la ideología dominante en el planeta, según la cual el
paradigma al cual deben adaptarse todos los pueblos es el de la
“modernidad occidental”. En este punto, la carga ideológica de la
pregunta puede ser contrarrestada mediante otra pregunta: “Depende, ¿con
qué modernidad?”
Pero esta contra-pregunta no nos satisface,
parece una negativa a entrar de lleno en el tema que se nos propone. La
pregunta se basa en un estereotipo previo, en el cual los dos términos
aparecen enfrentados. En esta dualidad, el islam representaría el atraso
o lo arcaico, mientras la “modernidad occidental” queda identificada
con el progreso.
Aquí se desvela otro componente ideológico
implícito a la pregunta: la idea de progreso. La pregunta lleva
implícita la idea de que el progreso (representado por la modernidad
occidental) es bueno. Lo cual es algo que merece discutirse, por lo
menos debemos meditarlo antes de contestar afirmativa o negativamente a
la pregunta.
Pues por poca cultura que tengamos no podremos
eludir el hecho de que la modernidad occidental ha engendrado algunos de
los más grandes males de la historia. Teodoro Wiesengrund Adorno
(filósofo alemán de la escuela de Frankfurt) vio la Shoá como un fruto
genuino del desarrollo de la Modernidad. Y Agamben considera el campo de
concentración como el paradigma biopolítico de lo moderno.
En
vistas a un mejor esclarecimiento de la pregunta, podemos formular otra
contra-pregunta: ¿qué modernidad occidental? O, de forma más directa:
¿forman parte Auschwitz e Hiroshima de la “modernidad occidental”? ¿Y la
destrucción de la naturaleza operada desde un paradigma
científico-técnico? En el caso de que no se las considere como partes:
¿de qué historia forman parte? O, para ser más actuales (más modernos):
¿forma el hambre de ochocientos millones de personas parte de la
modernidad?
Si no forma parte de la Modernidad par excellence,
¿cómo se explica que los países del hambre estén bajo el control del
sistema financiero internacional? De ahí pueden saltar las preguntas
como chispas: ¿es el Banco Mundial parte de la modernidad occidental? Si
no forma parte, ¿dé que otra cosa forma parte? En caso de que forme
parte, ¿se nos está preguntando si el islam es compatible con el Banco
Mundial y el hambre de ochocientos millones de personas?”
Estas
apreciaciones de Abdennur Prado nos permiten insistir en la vigencia
de los saberes propios de nuestro continente. Y reconocer que lo que
está en juego no es meramente el nombre de un continente, sino una
singularidad, una concepción, un estilo, un sentido superior que da
sentido a todas las cosas y que no puede ser endicado indefinidamente
por la fuerza sin ideas pero con intereses.
Abya yala, nuestra era
La cultura kuna, de la que deriva el nombre “Abya yala” sostiene una
doctrina cíclica que tiene equivalentes en todo el mundo. Para los kuna
ha habido cuatro etapas en la tierra, cuatro ciclos o grados de
existencia universal, y a cada una corresponde un nombre distinto de la
tierra conocida mucho después como América: Kualagum Yala, Tagargun
Yala, Tinya Yala, Abya Yala.
El último nombre significa:
territorio salvado, preferido, querido por Paba y Nana, y en sentido
amplio también puede significar tierra madura, tierra de sangre.
Así esta tierra se llama “Abia Yala”, que se compone de “Abe”, que
quiere decir “sangre”, y “Ala”, que es como un espacio, un territorio,
que viene de la Madre Grande.
Un congreso de pueblos
originarios a principios del siglo XXI en Quito decidió con
consentimiento de los kuna llamar “Abya Yala ” a América, que por ahora
sigue llevando sin ninguna justificación el nombre derivado de Américo
Vespucio.
Quién era Vespucio
Sobre las calidades
personales de Vespucio, vale recordar algunas que le atribuyeron
personalidades destacadas a lo largo de estos siglos:
El
historiador británico de origen español Felipe Fernández Armestoa:
“Vespucio no era en realidad un gran cosmógrafo, pero lograba convencer a
la gente de que lo era”.
Fray Bartolomé de las Casas,
denunció a Vespucio como “mentiroso” y “ladrón”. El historiador escocés
William Robertson llama a Américo Vespucio “un feliz impostor” en su
obra “Historia de América”.
En 1817 el geógrafo portugués
Manuel Ayres de Cazal: (…) parece increíble que el rey Don Manuel (de
Portugal) mandase buscar fuera del reino a un navegante para ir en una
escuadra suya a un país adonde ya habían ido y vuelto navíos suyos
gobernados por pilotos de sus reinos.
(…) [Vespucio] dejó a la
posteridad tres relaciones en dos cartas y un sumario, que
substancialmente no pasan de otras tantas meras invenciones encaminadas a
exaltar su propio nombre y a ser reconocido por sus compatriotas por
descubridor del hemisferio occidental.”
El historiador español
Martín Fernández de Navarrete hacia 1830 escribe en una carta a un
colega suyo: “Si hay noticias [de Vespucio] desde 1496 a 1505
especialmente, convendría mucho, para seguirle el rastro y saber si, en
efecto, estuvo en los dos viajes con Alonso Hojeda, porque ciertamente
él no los hizo con mando propio y orden del rey, como lo supone y finge
en sus relaciones latinas (sic), que divulgó por todas partes para
usurpar a Colón la gloria del descubrimiento del continente que, por su
astucia, logró darle del suyo, el nombre de América.”
El
matemático, astrónomo y periodista Duarte Leite en su obra Descobridores
do Brasil manifiesta: “Este personaje fatuo no pasa de ser un novelista
mentiroso, navegante como los había a montones, cosmógrafo que repetía
ideas de otros, falso descubridor que se apropió de glorias ajenas. A
pesar de esto, consiguió impresionar a generaciones de hombres cultos
que se desvelaron tratando de interpretar fantasías y dar sentido a sus
disparates.”
El poeta y filósofo estadounidense Ralph Waldo
Emerson escribió en 1856: “Extraño…que toda América deba llevar el
nombre de un ladrón. Américo Vespucio, el vendedor de encurtidos de
Sevilla, quien zarpó en 1499 como subalterno de Hojeda y cuyo mayor
rango naval fue el de segundo contramaestre en una expedición que nunca
navegó, se las arregló en su mundo de embustes para suplantar a Colón y
bautizar la mitad de la Tierra con su nombre deshonesto.”
El
editor de las cartas de Américo Vespucio en inglés, Sir Clements
Markham, escribió en 1894: “La evidencia en contra de Vespucci es
abundante y bastante concluyente. Su primer viaje es una fabulación. No
puede ser absuelto de la intención de apropiarse para sí de la gloria de
haber descubierto el continente. El imparcial y honesto [Bartolomé de]
las Casas, tras sopesar cuidadosamente la evidencia, lo encontró
culpable. Este veredicto ha sido y continuará siendo confirmado por la
posteridad.”
En la Compton’s Encyclopaedia de 1985, publicada
por una división de la Enciclopedia Británica bajo asesoramiento de la
Universidad de Chicago, Américo Vespucio es descripto como “an
unimportant Florentine merchant” (“un mercader florentino de poca
importancia“).
Es así como hoy en día, diferentes
organizaciones, comunidades e instituciones indígenas y representantes
de ellas de todo el continente, han adoptado su uso para referirse al
territorio continental, en vez del término “América”. Es por esto que el
nombre de Abya Yala es utilizado en sus documentos y declaraciones
orales. Como símbolo de identidad y de respeto por la tierra que
habitamos.
¿Quién descubrió a quién?
Enrique Dussel,
filósofo argentino radicado en México, ya había advertido que el
denominado “descubrimiento de América” fue, en verdad, el encubrimiento
de los pueblos que aquí habitaban. Si hubo un descubrimiento, fue el que
los “indios” hicieron de los europeos. Abya Yala es entonces el
redescubrimiento de América.
Los kuna habitaron la Sierra
Nevada, en el norte de Colombia, y se expandieron hacia la región del
Golfo de Urabá y las montañas de Darien. Viven actualmente en la costa
caribeña de Panamá, en la comarca de Kuna Yala.
Abya Yala es
entonces una designación de los pueblos originarios para su continente,
habitado desde hace quizá 40.000 años, invadido por Europa desde hace
poco más de 500 años y llamado “América” por primera vez en 1507 por el
cosmólogo alemán Martin Waldseemüller.
Abya yala es resultado
de un acuerdo entre los pueblos originarios porque la tierra que
habitaban recibía nombres diferentes, como Tawantinsuyu, Anauhuac o
Pindorama. Los originarios dispusieron esa denominación, ya usada
antes por el sociólogo Xavier Albó, en la II Cumbre Continental de los
Pueblos y Nacionalidades Indígenas realizada en Quito en 2004. En la
III Cumbre Continental en Iximche, Guatemala, resolvieron mantener el
uso de Abya yala y constituir un espacio permanente de enlace e
intercambio con la finalidad de enfrentar las políticas de globalización
neoliberal y luchar por la liberación definitiva de nuestros pueblos
hermanos, de la madre tierra, del territorio, del agua y de todo
patrimonio natural para vivir bien”.
En esta declaración,
además del uso de Abya yala para referirse a América, se reafirma la
voluntad de resistencia y enfrentamiento de las políticas neoliberales
en nombre de la madre tierra, de su savia y de todo lo que implica el
vivir bien.
Los pueblos originarios, con el despuntar del
siglo, decantaron la idea de un nombre propio para el continente que
habitan y se decidieron a superar el aislamiento mutuo en que viven
desde 1492 con la llegada de los europeos.
Cuando llegaron los
invasores europeos con cruces y arcabuces, caballos, armaduras, dios
único, reyes y sobre todo afán vesánico de oro, había en este continente
entre entre 60 y 90 millones de habitantes: maya, kuna, chibcha,
mixteca, zapoteca, ashuar, huaraoni, guarani, tupinikin, kaiapó, aymara,
ashaninka, kaxinawa, tikuna, terena, quéchua, karajás, krenak,
araucano/mapuche, yanomami, xavante, entre otros.
El nombre de
“indios” con que son designados con desprecio es una violencia
simbólica ejercida a través del lenguaje. Deriva de la India, en el sur
del Asia, el país que buscaban los invasores. Lo que al comienzo fue un
error, se consolidó luego como una táctica de dominación.
Tanto
como llamar “latinos” a todos los que están al sur del límite de los
Estados Unidos con México, cuando hay aquí alemanes, polacos, rusos,
árabes, judíos y originarios del continente, que nunca fueron latinos.
Ese nombre caracteriza en los orígenes a los habitantes de la zona de
Roma, el Latium, y luego al imperio romano mismo y a su idioma, de que
son descendientes tanto los ingleses y sus vástagos estadounidenses como
los franceses, españoles e italianos.
“Latino” para referirse a
los miembros del declinante imperio español en nuestro continente fue
una designación buscada ex profeso por los franceses, con la idea de no
llamarlo “hispano” y poder incluir a la propia Francia entre los
herederos de España en Abya yala, sumando sus intenciones a las de los
ingleses.
Identidad en reconstrucción
El nombre Abya
yala es entonces parte de un proceso de reconstrucción de una identidad
avasallada, dentro de un proceso de descolonización del pensamiento
necesario y oportuno en momentos en que trata de imponerse un dominio
mundial de la mano de la religión economicista neoliberal, propia de la
clase comerciante convertida en hegemónica.
Posiblemente la
elección de los kuna para dar el nombre del continente reconoce su
carácter de pueblo indómito, capaz de enfrentar la violencia del
conquistador para sostener su modo de vida y sus costumbres. Los kuna
protagonizaron una revolución en 1925, cuando las autoridades
pretendieron decidir cómo se debían vestir sus mujeres entre otras
cosas, y reivindicaron su derecho a la autonomía en la Kuna Yala,
Abya Yala implica que los pueblos originarios retoman su derecho a darse
nombre, que en las culturas tradicionales es pasar a la existencia
diferenciada, configurarse como ser, reconocer como propio un espacio
con ríos, montañas, bosques, lagos, animales y plantas dotados también
de nombre. Es América, será Abya yala.
De la Redacción de AIM.
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