(ElCiudadano.cl).- En un auditorio repleto de
estudiantes, autoridades, cámaras de televisión y flashes que reconocía
desde donde se ubicaba preparándose para entrar, el candidato anunció su
llegada caminando con leve disimulo.
Adentro, se estremecía el suelo y
temblaban los muros. Las consignas del público se hacían presentes en
una sintonía más bien alarmante. Entre aplausos y abucheos que venían
por todos los rincones del auditorio de la Universidad Iberoamericana en
la ciudad de México, Enrique Peña Nieto, el candidato cuidadosamente
propuesto por el partido Revolucionario Institucional, hacía el desfile
tradicional por la alfombra roja que le llevaría al estrado de aquel
recinto.
Una vez ubicado empezó la travesía de
plantarse y tratar de convencer de su campaña y propuestas a aquellos
que le miraban con disgusto desde las sillas dentro del auditorio y
fuera, en la sala que se había improvisado ante la sobre ocupación del
lugar.
La gente en México lo reconocía
fácilmente. Dueño de un físico atrayente para muchas mujeres, y flamante
esposo de una de las actrices de telenovela más famosas del momento,
Peña Nieto parecía más y desde siempre, un producto bien trabajado de la
mercadotecnia, que un aspirante a presidente del país. Aunque claro
está, en la historia de los presidentes de México, parecería que
cualquiera podría ostentar el cargo sin mayores complicaciones. El punto
clave en todo caso, era saber vender su propia imagen a la opinión
pública como un excelente modelo de consumo que nos mantendría felices
durante un sexenio.
Al mismo tiempo, se ventilaba un contrato millonario en el que se inculpaba a la empresa Televisa y al Gobierno del Estado de México, en haber tenido mutuo acuerdo desde cinco años antes de la candidatura para que Peña fuera puesto bajo los reflectores de la televisión y de esa manera su figura resultara mucho más “familiar” y atrayente para la gente que votaría en los comicios de 2012.
Lo que siguió después de ese encuentro
en la Universidad Iberoamericana ha sido una travesía llena de
contradicciones, de motivaciones pasajeras, de desencantamiento total, y
un sinfín de actos públicos encaminados a tratar de justificar lo mal
que habla y la falta de capacidad argumentativa del candidato, ahora,
triste y horrorosamente, proclamado presidente electo.
*
Empieza como un sentimiento extraño, un
intento por salir de pronto de la realidad que nos rebasa. Algunos, tal
vez muchos, miles no nos sentimos conformes con lo que nos dicen, con lo
que generamos cuando decimos lo que pensamos, pero la edad significa
poca alerta para los adultos, entonces no les preocupa; nos miran
indiferentes, el descontento pronto se nos pasará y quien sabe, con
suerte, en un par de años o quizá hasta meses, nos olvidemos del tema y
aprenderemos a ser “como se debe ser”.
Más adelante, en una edad en donde se
nos considera más o menos conscientes y si la actitud contestataria se
nos sigue notando, un pequeño atisbo de alerta se genera en las personas
que nos rodean, prestan, en esta etapa más atención, más por lo que
podría significar en nuestras vidas de adolescentes que en lo que
implique para nuestra formación.
Después el asunto comienza a
considerarse “serio” incluso las miradas de la gente que nos rodean van
implícitamente cargadas y acompañadas de un fácil y rápido juicio hacia
nuestra persona. Intuyen cuando sentimos las feroces ganas de levantar
la voz, y si nos reconocen lo suficiente lanzan ese lenguaje corporal y
visual que nos invita a no causar problemas con algún comentario “poco
prudente”.
Esta es una de las etapas definitivas
para delimitar nuestro camino a recorrer. Nos hacemos cada vez más
visibles (y al mismo tiempo invisibles) en la sociedad del país. Porque
nos convertimos en estudiantes universitarios o en mano de obra barata.
Somos parte de la cifra que no aparece
en los discursos oficiales de los políticos donde somos re clasificados
en dos vertientes… o no trabajamos o no estudiamos: ninis y el panorama
de la vida se va reduciendo hasta el momento en el tenemos qué elegir
entre un trabajo bien remunerado, con prestaciones de ley, con seguro
(?) social y demás requerimientos de una vida moralmente adecuada para
sobrevivir, o elegir entre lo que significa para cada uno la búsqueda o
el principio de esta a través de lo que nos apasiona o nos motiva y en
lo que nos hemos sentido preparados para hacer por el resto de nuestra
vidas.
La complicación de la existencia del
joven promedio en México se basa primordialmente en la falta de
oportunidades, en la batalla cotidiana que tiene que librar para poder
sobrevivir en el ambiente hostil, presa de su historia y víctima de su
ignorancia.
El joven mexicano de hoy, creció con la
conformidad-inconformidad de un legado de un único partido que gobernó y
manipuló el sistema institucional y “democrático” hasta puntos
descarados.
El joven mexicano de hoy, manifiesta una
ambivalencia por el mundo que le rodea. A veces siente esa fuerte
motivación de cambiar el mundo, y a veces simplemente se aleja de toda
realidad que le recuerde que siempre se puede estar peor.
El punto de quiebre entre esa utopía
generadora de sueños y oportunidades y esa avasalladora realidad, se da
también cuando tiene que enfrentarse a sus posibilidades, y sea de la
manera que sea, ha elegido someter su ideología, sus sueños, sus
esperanzas y su individualidad así como su espíritu colectivo ante una
forma de ver el mundo tal y cual siempre le dijeron que se tenía que
alinear.
Por eso cuando un joven mexicano dice lo
que piensa, en las aulas o en una feria del libro, en una conferencia o
en la mesa de la casa, en presentaciones de políticos, en actos
populares, en el metro, en el camión, en un papel fuera de la
universidad, en una canción de rap, no se debería por ningún motivo
violentar la causa de su actuar ni coartarle el derecho legítimo que
tiene, ya no de expresarse, si no de soñar y atreverse a hacer escuchar
su voz en un país donde cada día dicho acto resulta un verdadero peligro
y causa temor.
*
El panorama actual en México es
verdaderamente desesperanzador. El movimiento Yo soy 132 emanado
directamente de la intervención que tiene Enrique Peña Nieto en la
Universidad Iberoamericana en mayo de 2012 fue uno de los episodios en
la historia de nuestro país que alertó las conciencias de la gente y de
los políticos en turno, quienes con su actitud retrógrada y como
siempre, descalificadora, publicitaron el ahora famoso video de los
estudiantes de la Ibero.
Mucho se ha hablado de la manera en la
que el movimiento cobró fuerza y de la forma en que tuvo su origen
motivado directamente por las declaraciones del vocero del Partido Verde
y algunos miembros del Partido Revolucionario, quienes afirmaron en
declaraciones públicas que las personas que abucheaban a Enrique Peña
Nieto y que traían consigo pancartas alusivas al caso Atenco o que
culpaban al candidato de “asesino y mentiroso” , “ni si quiera podrían
ser llamados estudiantes” e incluso dijeron que eran militantes y
allegados al candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD)
Andrés Manuel López Obrador.
La desilusión, descontento y rabia que
dichas declaraciones causaron, provocó la aparición del video en donde
131 estudiantes muestran sus credenciales de la universidad afirmando y
defendiendo que no son porros, ni acarreados y que son Estudiantes
Universitarios, dispuestos a hacer valer su derecho de réplica.
El movimiento despega como “yo soy 132”
al declarar que cualquier ciudadano en este país era también el número
siguiente al 131, que defendió su derecho de réplica y que manifestaba
sin miedo su descontento total por el candidato y la forma en la que los
medios de comunicación al servicio del mismo grupo poderoso al cual
Peña pertenece, mostraban descaradamente la información.
Sin embargo, el movimiento tuvo
distintas etapas que, desde provincia son fácilmente reconocibles y
lejanos en cuanto a participación inclusiva.
Como en muchas partes del mundo, la
centralización de la población en grandes urbes donde se concentran los
medios masivos de comunicación de las grandes empresas y las mejores
instituciones de enseñanza pública representa un problema complejo el
cual impide que todos los estudiantes del país estén ya no solo
incluidos, sino enterados de lo que sucede y de lo que se representa así
mismo como un “movimiento nacional”.
“Yo Soy 132” siguió su cauce e inició
aunque fuerte, temeroso de identificarse así mismo con la violencia con
la que fue originado. Violencia que no debe entenderse en el sentido
estricto de expresar actitudes agresivas, sino en el entendido de la
fuerza y la rabia que motivaría los grandes cambios que requería nuestro
país. Y como primer objetivo, detener o frenar el impacto que la
televisión surtía sobre gran parte de la población México para que el
candidato en cuestión tuviera una gran aceptación desde su candidatura y
hasta ser proclamado al fin, presidente de la nación.
*
El miedo de nombrarnos a nosotros mismos partidarios de un sueño, de una ideología de una forma específica de pensar.
El creciente miedo por ser
descalificados, por las divisiones, por no generar más desacuerdos en un
país sumido en la violencia diaria, en la corrupción descarada, en la
falta de recursos económicos los cuales permitan proveer de lo necesario
a su población, en un contexto altamente agresivo donde matan a mujeres
sólo por el hecho de ser mujeres, en este país donde no se puede decir
nada si temer por la vida propia, en el país secuestrado por las grandes
corporaciones, el país de Slim, de Azcárraga de los Salinas Pliego, el
país de los fraudes electorales, de los asesinados y colgados en los
puentes; ese miedo comenzaba a generar una aparente posición de
“neutralidad” ante la devastadora realidad con la que día a día nos
seguimos despertando los mexicanos.
El miedo nos llevó a tomar precauciones
innecesarias sobre cómo posicionarnos al respecto de lo que pasaba, no
habría que ser demasiado violentos, no habría qué alinearse a ningún
partido, no habría que defender la cuestión ideológica individual por
ese miedo a ser señalados y a que la poca fuerza que se iba acumulando,
quedara en la nulidad total, pero tampoco hubo acuerdos que incluyeran
todas las variedades de pensamientos que se reunían en tan renovadas
protestas.
Nos ganó el miedo y la realidad una vez más nos rebasó.
En un principio se tuvo el cuidado de
decir que el movimiento era anti Peña Nieto. El incesante acoso de los
medios de comunicación alineados y auspiciados por los empresarios más
ricos y en pleno acuerdo con las autoridades del país minó las ganas y
esperanzas de los jóvenes que seguían marchando por las calles de las
ciudades de todo el territorio mexicano.
No perdonaron a ningún líder estudiantil
y se lanzaban en contra cada uno de ellos increpándolos con su nuevo
estilo de hacer “periodismo”, disfrazados de periodistas “serios”
“comprometidos” y ridículamente “objetivos” para después verlos debatir
en programas nocturnos autoproclamándose la panacea de la sociedad
mexicana al llevar a cabo esa gran labor que era comunicar “la verdad” a
la gente que veía aún dudosa el movimiento estudiantil.
Pocos o casi nulos fueron los programas
televisivos que transmitieron la parte del video de la Universidad
Iberoamericana en el cual los estudiantes gritaban “asesino” y
“mentiroso” al candidato presidencial. Pocos o casi nulos fueron los
medios cuyo tema primordial de la nota fue el descontento que generó su
presencia en el auditorio universitario y sólo parte del 20% de la
población mexicana que cuenta con acceso a internet, pudo conocer el
panorama completo de lo que sucedió esa tarde de viernes en la capital
del país.
Se realizaron juntas y asambleas para
definir el rumbo del movimiento, como si fuera estrictamente necesario
tener un “rumbo” y no sólo acordar que estaban unidos por una causa
común: el descontento generado por la imposición de una figura pre
fabricada como candidato y el profundo rechazo a lo que se estaba
haciendo en cuestión de medios de comunicación y su manejo de la
realidad o más bien, de la no realidad mexicana.
Se consideraron primero las diferencias
de las distintas vertientes que convergían en el movimiento y se dieron
los primeros pasos hacia delante.
Después se les señaló (desde la tribuna
de los omnipresentes y todo poderosos medios de comunicación) de ser un
movimiento que “descalificaba” a un candidato… y posteriormente los
“acusaron” de ser allegados y simpatizantes del candidato por el partido
de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
Entonces comenzaron a surgir las
divisiones al interior del movimiento. Y una de las cosas que se hizo en
la asamblea general realizada el día 30 de mayo del 2012 en la Ciudad
Universitaria de la UNAM, fue acordar que el movimiento se declararía
“anti Peña Nieto”. Sorprendentemente la decisión no incluía al
movimiento a escala nacional.
Así mismo, cada fracción tomaba sus respectivas posturas declarándolas en pliegos, comunicados y actas.
El movimiento parecía fragmentado por donde quiera que se le viera.
*
No hay país sin realidades convergentes
Y entonces era malo de un día a otro
proclamar la posición ideológica de cada individuo. Eran señalados los
que se decían perredistas, eran señalados los que se expresaban
abiertamente inconformes con la candidatura de Peña Nieto, así mismo
parecía que todo aquel que no se manifestara de forma “pacífica” y
acorde con lo previamente establecido, estaba entonces violentando y
transgrediendo el ambiente que intentaba prevalecer entorno al
movimiento estudiantil.
No es posible crear conciencia desde las
formas “políticamente correctas” que son modelos impuestos y mostrados
por los políticos y las clases gobernantes a quienes nosotros mismos
criticamos.
¿Qué nos queda después de un sexenio como el de Felipe Calderón?
Nos quedan más, muchos más de 60 mil
dolorosos muertos víctimas de esta guerra contra el narcotráfico, nos
queda la completa desaparición de nuestra seguridad social, nuestra
calidad de vida; nos quedan los mismos medios de comunicación que
avalaron el fraude electoral del 2006 y los mismos que ocultaron la
quema de boletas y demás actos criminales en las actuales elecciones que
le dieron el triunfo al candidato de la Televisión: Enrique Peña Nieto.
Nos queda no ser pacíficos, no ser
objetivos. No perder la memoria no olvidar, no dejar de sentirnos
enojados y no dejar que ese enojo se quede en un sólo sentimiento
frustrado el cual ha atacado a las conciencias de las generaciones que
llegaron antes de nosotros.
Debe existir la plena libertad de
proclamarse (si es así la ideología individual y las motivaciones
personales de los jóvenes mexicanos) abiertamente y con la plena
seguridad de que serán respetados todos los distintos planteamientos
ideológicos y personales.
Que se sienta libre aquél joven
anarquista que sale a la calle a gritar consignas en contra de un
candidato que le engaña, le traiciona y le subestima. Que sea libre de
decirse así mismo Perredista, aquél o aquella joven que milite
abiertamente en el partido y que se sienta plenamente identificado con
los motivos esenciales de la movilización social. Que se sientan seguros
y libres de decirse panistas o comunistas, o socialistas, aquellos
jóvenes que así se hayan formado. Pero que reconozcan al final que somos
parte de un colectivo que se indigna por las mismas cosas, que no se
deja amedrentar por el manejo inescrupuloso que los medios de
comunicación masiva en México hacen con la vida de este país.
No es momento de alinearse de forma neutral.
Porque el pueblo mexicano ha sido víctima de personas que no han sido ni pacíficas ni mucho menos neutrales.
Ellos, los políticos, empresarios,
personas implicadas en las grandes coyunturas del país, en las grandes
tragedias y las grandes desilusiones, no fueron pacíficas ni en Acteal
ni en Atenco donde se violaron los derechos humanos de los ciudadanos y
donde al mismo tiempo los medios de comunicación criminalizaban a las
mujeres violadas por la policía estatal en Atenco o a los campesinos de
Acteal.
Ellos, no fueron pacíficos ni neutrales
durante las matanzas de campesinos en el sureste del país, no fueron
pacíficos cuando pactaron con el narco tráfico dejando en medio del
campo de batalla a las comunidades mexicanas más desprotegidas y
vulnerables.
No fueron pacíficos ni mucho menos
neutrales cuando pidieron al gobierno de los Estados Unidos la inmunidad
del ex presidente Ernesto Zedillo ante su responsabilidad por el caso
Acteal.
Ese gobierno, que corrompe y viola, el
gobierno que mediante una especie o intento de democracia alinea a los
candidatos más nefastos y ambiciosos del ámbito político, nunca jamás ha
sido neutral ni benevolente ni mucho menos pacífico a la hora de hacer
valer lo que ellos consideran “el mandato público”.
Me quedo con la imagen de Enrique Peña
Nieto buscando desesperado el baño o la salida de aquél recinto
universitario. Me quedo y guardo para la posteridad el momento en el que
él mismo se responsabiliza de manera “personal” por los acontecimientos
suscitados en mayo del 2006 cuando campesinos e indígenas fueron
golpeados y sus mujeres violadas sólo por ejercer el libre derecho de
defensa, de manifestación. Me quedo con esa imagen donde asume la
responsabilidad de sus actos criminales.
El punto en el que ahora nos
encontramos, he decir con mucho dolor, que es un punto sin retorno. En
el que la situación no da para más.
Nuestra falta de sensibilidad ante las
decenas de asesinatos diarios en el país, ante la brutalidad y la
violencia con la que son sometidos; la falta de justicia, el incremento
de los asesinatos a mujeres ya no sólo en el norte del país, sino en
regiones antes declaradas como las más seguras; nuestra ceguera
permanente frente a los millones de niños que viven en la calle,
desprotegidos, en medio de la droga y la prostitución infantil. Nuestro
silencio ensordecedor después de contar el número de periodistas muertos
y desaparecidos muchos de ellos asesinados junto con sus familias; esta
capacidad devoradora de terminar con los recursos naturales de los que
dependemos la población mundial; el acoso permanente de los medios de
comunicación a los que dejamos el cuidado de los hijos, la diversión y
entretenimiento de la familia, el envenenamiento de nuestras almas; el
estado cotidiano de confort total, la corrupción descarada de la que
somos parte activa; la permanente queja sin llegar a la acción.
Esta indiferencia, que es el peor mal
que cualquier sociedad del mundo pueda cargar sobre sus hombros es la
benefactora del sistema actual que le permite respirar y valerse de cada
uno como si fuéramos títeres, encerrados en burbujas pasajeras que no
guardan ningún sentido.
El último mes de este año, se consumará
uno de los periodos más oscuros en la historia del país y dará inicio
otro más cuya esperanza ha quedado totalmente aniquilada. Y yo ruego
vehementemente que la imagen de nuestro ahora “presidente electo”
escondido en los baños de una universidad, me mantenga en pie de lucha
para seguir creyendo que aún, después de todo lo terrible que sucede
frente a mis ojos y a mis espaldas se pueda hacer algo. Se pueda
intentar cambiar el mundo. Agrupados con pancartas en las manos.
Reconociendo nuestras diferencias pero luchando por causas comunes que
alimenten esta rabia inmensa por defender lo que por derecho humano es
nuestro: el derecho de vivir en paz, sabiéndonos seguros y orgullosos de
lo que a lo largo de la historia hemos construido.
Así pienso. Y no quiero dar un paso atrás.
No te salves.
Por Erika Rosete